Fiestas Patronales Argamasilla de Calatrava 2010
Pregón
Sr. Alcalde y autoridades presentes, familiares y amigos, rabaneras y rabaneros, en fin, paisanos y gentes de bien, muy buenas noches: Pregón
Haría flaco favor al saber popular desoyendo el dicho: de bien nacidos es ser agradecido. Por ello, lo primero, es agradecer la oportunidad de dirigirme a ustedes, a vosotros, en un día tan señalado como este. Es un honor y un orgullo. No sólo me honráis a mí, también honráis a mi familia. En nombre de todos ellos y del mío propio, de nuevo gracias.
Al viejo tendero del bazar de todo a cien que hay cerca de nuestra casa le he oído decir en más de una ocasión que las palabras elegantes no son sinceras y que las palabras sinceras no son elegantes. Hago mío su chascarrillo y me aplico el cuento. Espero y deseo que mis palabras, esta noche, aún siendo sinceras no pequen de vulgares.
La Corporación Municipal, y el alcalde en su nombre, se pusieron en contacto conmigo, hace ya unas semanas, para honrarme con una petición: dar el pregón y anunciar así el comienzo de las fiestas patronales en honor de la Virgen del Socorro. ¡Jamás lo hubiese imaginado! Y yo que de pequeño padecí anginas en grado superlativo, lo que explicaría cierto deterioro mental, accedí con sumo gusto, eso sí, sin apenas detenerme a pensarlo unos segundos. Pasados los días les confieso que no sé si obré con el juicio necesario o tendré que lamentar en el futuro la osadía de la empresa. Incluso intenté contactar con el señor alcalde para excusarme. Pero es un hecho cierto que no lo hice. Me faltó valor o decisión, no sé. Aunque yo, más bien, prefiero pensar que acepté gracias a la educación recibida de mis padres enfocada siempre a buscar el lado positivo de las cosas. NO, que tendría que haber sido mi respuesta, es una palabra demasiado rotunda y redonda. Publio Terencio, comediógrafo latino, decía que NO implica siempre la negación de lo probable, en tanto que SÍ era un viento fresco de esperanza y oportunidad. Y Virgilio entre los versos espirituales y cuidados de sus obras escribe: “Persevera sí, olvida el no y espera un mañana mejor”. Y si Virgilio y Publio Terencio lo dicen, ¿quién soy yo para plegarles la mayor?
De modo que resuelto y animado a cumplir con el encargo, lo primero que hice fue reflexionar sobre qué escribir. Al menos disponía del elemento desencadenante, aquél que con el curso del tiempo se convertirá en el sustento de la trama. Este elemento, este mágico mecanismo, era EL PREGÓN, así en mayúsculas y en negrita. Buscaría una buena definición. Sí, sería un buen comienzo y me ayudaría a dar cuerpo al concepto. Elegí la segunda acepción del diccionario enciclopédico ESPASA que es el que tenemos en casa. Y cito textualmente: “Pregón: Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se invita a participar en ella.” Y entonces tuve la primera implosión intestinal (un castizo diría que me había “cagao pa dentro”)
Yo, Hipólito Calle Soriano, quien les habla, que siempre procuré mantener cierta distancia con fiestas y celebraciones pues ni me gustaban especialmente cuando imberbe e inmaduro recorría las calles del pueblo ni me gustan ahora ya veterano y algo añejo; yo, que procuraba en las mismas pasar desapercibido y ausente sino embriagado o levemente achispado y que si hacen un poco de memoria comprobarán con estupor que apenas me han visto participar activamente en ellas; yo, repito, tenía que ser el encargado de invitarles a ustedes a participar. ¡Qué ironía! Y además tenía que hacerlo o al menos intentar hacerlo a través de un “discurso elogioso”. ¡Qué doble ironía! Esa fue la primera vez que tomé el teléfono con la clara intención de renunciar. Pero no lo hice. El mundo no está hecho para los cobardes. Debía por tanto seguir adelante. Y seguí. Alejé de un manotazo el volumen del ESPASA, me serví un vaso de leche fresca semi – desnatada con doble ración de Cola – Cao y me dije: Poli, que no se diga nunca jamás que un Calle Soriano se ha “cagao pa dentro”. De modo que déjate de tonterías y a escribir que es lo tuyo. Y me puse manos a la obra.
Creí entonces acertado iniciar el “discurso elogioso”, entre comillas, hablando de mí y de mi relación con el pueblo. Muy original como pueden comprobar. Y se me vinieron a las mientes, como diría mi buen amigo el dramaturgo Domingo Miras, los años del parvulario y la escuela de los cagones. Y me acordé de la Piedad y del mudo cuando vivíamos en la calle Nueva; y recordé también el miedo que nos daba la Piedad cuando salía con su escoba y nos gritaba a mi primo y a mi eso de si ya habíamos vuelto a España. Porque España, para esta buena mujer, era los límites geográficos del pueblo, su pueblo. Y todo lo demás una tierra inhóspita y yerma. La Piedad y el mudo eran en sí mismos un universo entero por descubrir. Y después me acordé de juegos en la plazuela de los Santitos y de una clase, creo recordar que el profesor se llamaba Don Delfín; y también se me mezclaban imágenes del parque, y de carreras y de risas y del fútbol, y de tener que besar siempre a las amigas de mis abuelas, que en paz descansen, y de como pinchaban mis mejillas con sus besos. Esas mujeres tenían fuerza y nervio y unos bigotes como los de un comandante de infantería.
Luego me hice mayor y se me vinieron otras imágenes. En algunas de ellas ya había chicas, pero todavía eran las menos. En otras estaba con los antiguos amigos en el local del Círculo Juvenil; y me acordé también de AISEA, el grupo de teatro y de cómo fue seleccionado para representar a esta región en un encuentro Nacional de Teatro que tuvo lugar en Mérida. Y claro recordé los ensayos en un viejo local que decían de los Comunistas donde pasábamos más frío que vergüenza. El local estaba frente al antiguo Chaplin, hoy creo que la ampliación del centro de mayores ocupa ese lugar; y me acordé del Chaplin, por supuesto, de su música, del ambiente, ¡como no! y de un beso clandestino, pero lo del beso si me lo permiten me lo quedo para mí que no creo yo que tenga mucho que ver con esto del pregón. Y recordé una vez unos torpes pasos de baile en un patio mientras no paraba de nevar. Y entonces pensé que se necesita muy poco para ser feliz. Y volví a ver a mis viejos amigos del Círculo y me entristeció confirmar que el tiempo lo mancha todo y no pude dejar de repetir en mi cabeza los versos de una antigua canción, esos que dicen: “¡Cómo hemos cambiado, qué nos ha pasado, qué lejos ha quedado aquella amistad!”. ¡Ah, sí! Y me acordé del Tani y de sus canciones; y recordé de cómo me llamaba POLIWI, gritándolo por las calles mientras inventaba versos con acordes de fandango y a ritmo de bulerías. Y recordé también su manera de ver el mundo, esa nube fosforescente de imágenes en movimiento, que años más tarde me inspiraría un personaje en una de mis obras de teatro. Los recuerdos se atropellaban en mi cabeza. Pero repasando lo escrito me di cuenta de que a lo mejor había exagerado alguna cosilla.
La nostalgia, ya se sabe, se construye a base de gruesas pinceladas y es parca en detalle. En griego “regreso” se dice nostos. Algos significa “sufrimiento”. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Y qué son los recuerdos si no el sufrimiento causado por la imposibilidad de regresar al pasado, de detener el tiempo? Además, empezaban a asomar por los entresijos de mi mente otros recuerdos que ya no tenía claro si habían tenido lugar en el pueblo o eran meras ensoñaciones de paseante solitario. Hay que entenderlo. Como consecuencia del trabajo itinerante de mi padre la nuestra era una familia nómada. Unos años estábamos aquí y otros en la otra punta del país. No era, pues, difícil de entender que la bruma de mi memoria reinventase pasajes y mezclase geografías. Por ejemplo, había una evocación constante al mar. ¿Qué pintaba el mar en todo esto? Sí, quizá la idea de iniciar el pregón hablando de mí y de mi relación con el pueblo era buena, pero ahora no estaba del todo seguro. Era más que probable que muchos de esos recuerdos apenas si fueran momentos sublimados, borrosos, sacados a destiempo del cementerio del alma. Quizá nunca hubo un beso clandestino en el Chaplin y jamás existiese un local de ensayo en lo que hoy es un centro para mayores. Desde luego las amigas de mis abuelas no eran comandantes de infantería. Y, ¿quién era el Tani? ¿Existía de verdad? ¡Vaya, con lo bien que parecía ir todo! Decidí que lo mejor sería no hablar de mí. Pero de algo o de alguien tendría que hacerlo. Era el momento de atarse los machos, de no dejarse vencer por el desánimo. Sin duda alguna era el momento de cambiar de bebida. Me pasé a la leche entera y opté por el Nesquik. ¡Eso sí que era fuerte! Momentos antes había tenía el segundo amago de llamada telefónica. Pero luché contra la tentación. Y, contra todo pronóstico, volví a ganar.
Creí entonces acertado, dado que el tema de los recuerdos era confuso y resbaladizo, dar un drástico giro a la historia abordando el encargo desde una nueva perspectiva, metodología muy usada en la arquitectura dramática. Aprovechando mis estudios en antropología podría hablarles a ustedes de la fiesta pero desde una perspectiva antropológica & cultural, es decir, pensé que sería un buen momento significar el acontecimiento festivo dentro de una figura histórica y singular. ¡Les puedo prometer y les prometo que debió ser la mezcla explosiva de la leche entera y del Nesquik porque a mí de ordinario no me da por esas cosas! Pero, ¿qué quieren que les diga? Fue pensarlo y sin darme cuenta aparecieron ante mi los escritos e impresiones del Teniente de Cura Don Pedro Gaona de la Calle y por él supe, entre otras cosas, que la controversia referida al origen del nombre de nuestro pueblo es muy antigua pues incluso en las Relaciones Topográficas de Felipe II redactadas a mediados del siglo XVI se afirma que no hay quien sepa por qué se llama así. Pero supongo que eso ustedes ya lo saben. De lo que, al parecer, no había duda alguna era que el término rabanero, ese extraño gentilicio con el que nos conocen en el resto del mundo, obedecía a la calidad de los rábanos cultivados en esta tierra. Y escribe Don Pedro además pletórico de orgullo que no sólo surte el municipio de rábanos a esta provincia, sino incluso los conducen por cosa especial a Sevilla y Cádiz. Y quién sabe, pensé yo, si al nuevo mundo. Y por un momento se me vino a la cabeza la imagen de un Hernán Cortés comiendo rábanos de Argamasilla mientras entra victorioso en Otumba tras sangrienta batalla contra los aztecas. Y debo decir que la lectura del Discurso de Don Pedro me parecía interesante y amena, pero… me quedaba lejana, fría, no sé cómo explicarlo. No acababa yo de encontrar muy clara la relación del pregón con los rábanos. Había algo vacío, insustancial, casi incorpóreo, metafísico e invisible. Y entonces recordé un breve estudio etnográfico de Victor Turner en el que menciona que los balineses distinguen los días en dos grandes clases, unos son los llenos y otros los vacíos, unos son los señalados y otros no. Los períodos entre unos y otros no sólo no se destacan sino que son considerados “invisibles”. No existen. Y yo no podía aceptar que este día quedara como un día invisible. Era mi responsabilidad hacer de este día un día señalado y no veía yo muy claro cómo hacerlo hablando de rábanos. ¿Qué tenía todo esto que ver con el famoso, recuerdan, Discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se invita a participar en ella? Nada. No tenía nada que ver. La angustia se cebaba conmigo. Si la leche entera y el Nesquik no habían podido darme fuerza y ánimo, la cosa, desde luego, pintaba muy mal.
De modo que circunspecto y cariacontecido, con sudores fríos y ligeros temblores en las canillas por la proximidad de las fechas y la ausencia de un discurso digno, rumiaba mis penas en silencio cual apesadumbrado bedel de ministerio. No había más remedio, al menos así los acontecimientos lo anunciaban, tendría que renunciar. Empezaba a notar los síntomas de un ataque de ansiedad. Decidí, por tanto, tumbarme y descansar. Agarré una bolsa de plástico e inicié, con calma pero sin pausa, una serie de grandes inspiraciones con el fin de hiper ventilarme. No sé cómo ni cuándo pero me quedé dormido. Y entonces ocurrió. En mi sueño, de la nada surgió la figura contrahecha de mi buen amigo Mishima, Yukio Mishima. Yukio venía, como de costumbre en mis fantasías, con las tripas fuera y la cabeza bajo el brazo consecuencia de esa extraña y salvaje tradición japonesa de hacerse matar por el rito del seppuku. Después del marcial saludo le conté lo que me ocurría y tras unos segundos de serena y silenciosa reflexión, con su característica voz grave y profunda, de la cabeza de Mishima surgieron estas palabras que aún hoy, al recordarlas, me estremecen: “Poli quien ama sus orígenes no puede ni debe ceder con facilidad a la tentación del desarraigo. Los orígenes, Poli, recuerda que la respuesta a tus preguntas está en los orígenes. Escribe sobre los orígenes.” Y nada más decirlo Mishima desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido.
Desperté de golpe como si un gigantesco oso me hubiese agitado el cuerpo. Temblaba y respiraba con dificultad. Quizá porque tenía la bolsa de plástico sobre mi cabeza y a poco si me asfixio. Fue como una sacudida, un impacto. ¡Claro!, ¿cómo no me había dado cuenta antes? Los orígenes, la respuesta siempre está en los orígenes. Celebramos la fiesta pero en realidad celebramos los orígenes. Honramos con la fiesta la memoria de aquellos que nos precedieron. Somos el presente porque un día, no muy lejano, un pretérito efervescente, surgido entre la niebla de la memoria, nos precedió. Son los orígenes. Nuestra voz es la misma voz de nuestros antepasados, la de nuestros ancestros. Celebramos la fiesta para conmemorar el rito, un tiempo de magia consagrado a la concordia. Celebramos la fiesta por y para nuestros hermanos, por los que un día fueron y hoy son memoria viva en nuestro corazón y en nuestra cabeza y por aquellos que un día serán. La fiesta es la vuelta a un pasado que se repite y se repite eternamente. Sí, que estúpido y que arrogante había sido. Pudiendo hablar de los orígenes sólo me preocupaba hablar de mí. Claro, es posible que aprovechando mi condición de escritor, yo podría haberme contentado con escribir un panegírico festivo, algo sencillo, terrible como la fatalidad, construido un poco de gozo, de rutina y de lágrimas. Algo donde las palabras ocupasen un lugar preferente, con la intención de afirmar, por ejemplo, que la vida en fiesta es aceptarla a pesar de su finitud e imperfección. Es verdad, a lo mejor hasta podría construir un enjambre de palabras coronada de bellos y sonoros adjetivos con los que dar color y endulzar los pasajes de una vida aprovechando los límites de la geometría emocional. Describir con precisión casi cirujana ciertos momentos que guardo en mi memoria sobre un pasado arcaico y perenne. O relatar con cierta gracia indolente una sucesión más o menos afortunada de vivencias personales por las calles de este pueblo para hacer de este pregón un lugar común y emotivo, tierno y atractivo. Pero me temo que la gramática emocional apenas si lograría rozar una mínima parte de la emoción que experimento en estos momentos al ver a mi familia, a mi mujer, a mi hija, y al recordar a aquellos que hoy no están.
Hamlet confiesa al final de la escena V a su buen amigo Horacio: “Existen cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que desbordan tu filosofía” Yo añado que hay cosas tan grandes en el universo de las emociones que las palabras jamás podrán abarcar. No hay adverbio, adjetivo, pronombre o sustantivo, tan fuerte y dinámico, que contenga una mínima parte de la inmensa gratitud que les debo a mis orígenes. ¿Qué palabra o palabras tendría que usar para hablar de mi familia? ¿Con qué palabra o palabras podría demostrar mi respeto y gratitud hacia mis padres? Thomas Fuller decía que la astucia puede tener vestidos, pero a la verdad le gusta ir desnuda. Mi verdad son mis orígenes y ningún artificio literario podría vestirla mejor.
Mishima tenía razón como de costumbre. Yo no tendría que hablar ni de mí ni de mi relación con el pueblo. Yo tendría que hablar de mis orígenes. Y para hablar de mis orígenes tendría que empezar hablando de mis padres. Gracias a ellos estoy hoy aquí. Ellos son en realidad los artífices de este encuentro y de esta celebración. No yo. Gracias a mi madre porque siempre supo estar a nuestro lado cuando más la necesitábamos. Jamás desfalleció y hasta en los peores momentos tuvo siempre una palabra agradable para nosotros. Gracias a mi padre porque trabajó sin descanso todos los días de su vida buscando un mañana mejor para nosotros. En nuestra casa nunca faltó nada. Mi padre me enseña día a día que uno se puede enfrentar a la vida sin temor y que el oscuro pasado puede transformarse en un soleado porvenir. Y eso es lo que yo intento enseñarle a mi hija. ¡Nada está escrito! Nosotros somos la pluma, los días el papel en blanco. Y gracias también, cómo no, a mi hermana porque con ella a mi lado los momentos turbios fueron mucho más agradables y soportables. ¡Qué gran suerte tengo de tener una familia como la mía! Sí, ellos son mis orígenes más inmediatos. Pero no puedo ni quiero olvidarme de aquellos que hoy ya no están. Hablo de mis abuelos y abuelas. Gracias a mis abuelos, a los que sin conocerlos en vida, los llevo en el corazón y en la sangre. No puedo perdonar a la muerte desatenta el que me los arrebatara sin haber cruzado con ellos apenas unas risas. Gracias a mis abuelas, dos mujeres enormes a las que sí tuve la inmensa suerte de conocer. No hay océano tan grande para albergar ni la mitad de su cariño o la décima parte de sus besos. Sí, en los orígenes estaba la respuesta. Y yo queriendo ejercer de escritor, calentándome la cabeza con ideas peregrinas y alocadas. ¡Qué razón tenía el bueno de Mishima!
Y llegados a este punto no me queda más que desearles, de todo corazón, unas felices fiestas. Pero no olviden los orígenes. Cuando el desaliento y el cansancio aparezcan, porque el año es muy largo, detengan su camino, tomen aire, dirijan su mirada al horizonte y traten de pensar en sus orígenes. No tengo la menor duda de que la sonrisa se dibujará en sus caras en apenas unos segundos. Muchas gracias y busquen la belleza en todo cuanto les rodea.
Gracias Poli por compartirlo.
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